A Dios no lo podemos encontrar en medio del ruido y la agitación. En la naturaleza, los árboles, las flores y la hierba crecen en silencio; las estrellas, la luna y el sol se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que decimos, sino lo que Dios nos dice a nosotros o lo que dice a través de nosotros. En el silencio, Él nos escucha; en el silencio, Él habla a nuestras almas. En el silencio, se nos concede el privilegio de escuchar Su voz.
Silencio de los ojos,
silencio de los oídos,
silencio de la boca,
silencio de la mente .
... en el silencio del corazón
Dios habla.
Es necesario el silencio del corazón para poder oír a Dios en todas partes, en la puerta que se cierra, en la persona que nos necesita, en los pájaros que cantan, en las flores, en los animales.
Si cuidamos el silencio, será fácil orar. En las historias y escritos, hay demasiadas palabras, demasiada repetición. Nuestra vida de oración sufre mucho, porque nuestro corazón no está en silencio.
La verdadera oración es unión con Dios, unión tan esencial como la de la vid y los sarmientos, que es la imagen que nos ofrece Jesús en el evangelio de san Juan. Necesitamos la oración; necesitamos que esa unión produzca buenos frutos. Los frutos son lo que elaboramos con nuestras manos, ya sean alimentos, ropas, dinero u otra cosa. Todo eso es el fruto de nuestra unión con Dios. Necesitamos una vida de oración, de pobreza y de sacrificio para hacerlo con amor.
Madre Teresa
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